dimecres, 17 de gener del 2018

MICRORELATS DE DESEMBRE / MICRORRELATOS DE DICIEMBRE (2)




Publiquem els microrelats que van arribar a les deliberacions finals en la categoria en castellà de la convocatòria de desembre.

Recordem que els microrelats concursants publicats al blog s'inclouran en una publicació en paper que recollirà aquells textos guanyadors i finalistes de cada categoria de totes les convocatòries mensuals.





Publicamos los microrrelatos que llegaron a las deliberaciones finales en la categoría en castellano de la convocatoria de diciembre.

Recordamos que los microrrelatos concursantes publicados en el blog se incluirán en una publicación en papel que recogerá aquellos textos ganadores y finalistas de cada categoría de todas las convocatorias mensuales.






*Estació / Estación de tren de Portbou (Girona).



Algunas veces la casualidad llama a la puerta

Los rayos de sol se colaban por las vidrieras de la estación iluminando, como si de una estrella de cine se tratara, la menuda figura que, enfundada en un abrigo gris, deambulaba andén arriba andén abajo. Arrastraba los pies, se retorcía las manos y miraba el reloj cada poco tiempo, golpeando contrariada después el suelo. El jefe de la estación también ojeaba su reloj de bolsillo; el último tren se retrasaba. Miró a la mujer como hacía cada día desde hacia tanto tiempo que había perdido la cuenta. Siempre a la misma hora, esperando inútilmente para volver al día siguiente.
Sin embargo, aquella noche sucedió algo imprevisto. Del tren bajó un único joven que alertó enseguida a la mujer, “Joseph, hijo”, gritó con el brazo en alto. Él giró la cabeza, más por curiosidad que por reflejarse en los desolados ojos de la mujer. Ella le acarició la cara y él se dejó. Ella lo agarró del brazo, empujándolo a la salida, “la cena está preparada”, susurró. Él la siguió sin dudarlo.

Esther Cuesta de la Cal
Barakaldo (Bizkaia)









Arrepentimiento

Un error en la numeración de las páginas, eso fue lo que me salvó la vida. La 512 ocupó el lugar de la 125 y así me enteré de que el novelista pensaba matarme. Bueno, él no, o al menos no directamente: iba a utilizar a mi mejor amigo. Ocultándome tras los adverbios para que nadie me viera, me moví entre los capítulos, y en el tercero descubrí a mi mujer encamada con él. En ese párrafo lo entendí todo. Su deslealtad me dolió más que saber que iba a morir. Tuve que agarrarme con furia a un adjetivo descalificativo para evitar saltar sobre ellos y descubrirme. Conté hasta cien, regresé al capítulo trece y cogí la escopeta del sheriff. Pacientemente esperé apoyado en una conjunción adversativa a que cayera la noche y entonces me escurrí del libro. A pesar de que mi autor me había creado con complexión atlética, me costó un gran esfuerzo arrastrar el pesado volumen sobre el escritorio hasta el borde. Extenuado, le di un último empujón, cayó al suelo y las palabras quedaron esparcidas sobre la moqueta. Al oír el ruido, tal y como había supuesto, el escritor entró rápidamente en el cuarto. Fue entonces cuando lo encañoné y le hice tragarse una a una todas sus palabras.

Margarita del Brezo
Ceuta









La cabaña

Salgo en busca de provisiones, pero cuando llego al pueblo ya está cerrado el mercadillo, y únicamente me cruzo en las casetas con un anciano al que acompaña una niña que arrastra los pies.
-¿Sabe si hay alguna tienda abierta en el centro? – le pregunto al hombre. Él no contesta, toma con fuerza la mano de la pequeña, y sigue avanzando hasta que ambos se pierden entre los árboles.
A pesar de su silencio decido, en cualquier caso, ir a la plaza, y es allí donde me encuentro con el tumulto. La hija de la panadera ha desaparecido. Vestido de flores, pelo rubio, ojos grandes. Sólo tiene cinco años y alguien sugiere buscarla en el bosque. Esa palabra me hace reaccionar.
-Yo los vi – grito. Y señalo en la dirección contraria. Sería peligroso que supieran la verdad, podrían acercarse al río y encontrarían mi cabaña. Empezarían entonces a husmear entre mis cosas, leerían mi libreta, y no tardarían demasiado tiempo en darse cuenta de que todos ellos no son más que simples personajes de un microrrelato.

Raúl Clavero Blázquez
Madrid










Amigo del alma

Ramón prefiere la película de La 2, Ramón me ruega que os calléis, Ramón y yo salimos a pasear. A menudo el abuelo mencionaba a Ramón como ese amigo inseparable que sospechábamos había nacido en su imaginación para suplir la falta irremediable de la abuela. Por eso papá recurrió a un psiquiatra afamado para tratarlo. Durante largos meses, el galeno probó con el abuelo innumerables terapias con sus respectivos medicamentos y, como Ramón nunca desapareció de su cabeza, acabó internándolo en un sanatorio. Hoy hemos recibido una llamada telefónica, era Ramón que, entre sollozos, nos ha anunciado la trágica noticia.  

Nicolás Jarque Alegre
Albuixech (Valencia)








Realidad β

Hacía años que no frecuentaba aquel barrio; cuestiones de trabajo me llevaron hasta allí. Sus calles apenas habían cambiado y, sin embargo, todo me resultaba demasiado ajeno. Pasé de nuevo por ese lugar en el que siempre desayunábamos los domingos, la mayoría todavía con resaca. Fue entonces cuando nos vi. Tu peinado era distinto si bien conservabas esa mirada cálida y envolvente. Yo, aun con las mismas canas, parecía una versión más apacible de mí mismo. Tuve la tentación de decirles algo, de preguntarles cómo lo consiguieron. Pero me limité a observarlos desde la distancia y me alejé en seguida de la zona.

Miguel Ángel Page Hernández
Madrid